lunes, 8 de junio de 2009

Mi pequeña Lulú

Fueron las 8 de la mañana cuando Lima se despertó con una llovizna poco acostumbrada y yo con una nostalgia justificada. Pensé, ¿Que será de Lulú y sus amigas? Que más de una vez hicieron que nuestro paladar sea una fiesta al probar esa bebida ya en vía de extinción. Había de varios sabores, 3 para ser exactos. No había coca cola que superara esa sensación de placer, y los que vivieron esas épocas prodigiosas de niñez en un país en pedazos, pueden dar fe que fueron años con mas de una alegría.

Y baso mi idea en que no podemos olvidar programas como “Hola Yola”. Cómo no recordar a millones de niños sin perderse ninguna emisión del programa cantando al ritmo de la gallina turuleca o del rancho bonito que, quieran o no, nunca pasa de moda. O años mas tarde en los 90’s trasladarnos en una nube a un mundo mágico llamado Nubeluz, donde la inocencia es lo que mas sobresalía y jugar, pasarla bien, era lo único que importaba. Muchos lloraban para ingresar al set del amauta, lo viví personalmente y creo que ni Baggio (jugador italiano) después de fallar el penal en el mundial del `94 se frustró tanto como aquellas personas que pude presenciar ese día. Pero bueno, ése es otro tema. Hoy quería escribir sobre Lulú y sólo espero que algún día nos hagan el favor de volver a sacar en una edición ilimitada a esa bebida y a sus fallecidas pero también recordadas amigas bimbo break, pasteurina y manzanita.

Sé que será algo difícil, porque hoy nos invaden diferentes marcas, tamaños y sabores. Pero tengo sed y era inevitable volver al pasado, sólo me queda decirte, mi compañera de infancia, que nos veremos en el paraíso y si hay algo que agradezco fue ser unos de los privilegiados de estar en esos años cuando estuviste en las bodegas de la esquina.

Salud por los años `90s y por los que ya no vendrán, pero si guaraná volvió, ¿por qué tu no? No hay mal que dure mil años, ni Lulú ni yo que lo resistan.

miércoles, 3 de junio de 2009

Verano del 89


Era marzo de 1989. Con tan solo tres años de edad la vida ya me tenía preparado una gran prueba.

Era una mañana diferente a las demás, mi padre había llamado para decir que había cobrado su primer sueldo en el trabajo en el que había ingresado. Fue entonces cuando esa llamada sería el inicio de un gran accidente.

Con el dinero de mi padre, mi madre (Rosario) dio a mi tía Lucía la plata para que fuera a comprarme el helado de crema que tanto quería, en el Trópico (lugar donde vendían los helados). Era imposible olvidar ese nombre y ese lugar que tantas veces cuando era niño me trajo más de una alegría. Algunos dirán que es imposible que me acuerde de tantas cosas, pero si algo me caracteriza hasta el día de hoy es que tengo buena memoria para fechas y acontecimientos (malos en este caso).

Justo ese día, por razones que desconozco, el timbre estaba roto y mi madre no escuchaba los golpes a la puerta. Golpes que ahora yo los tomo como portazos de ayuda como diciendo: ábreme, ayúdame que algo malo va a pasar. Ese día la puerta sonó como nunca desesperadamente, pero nadie abrió. El destino ya estaba escrito.

En esa época la tecnología no existía en el Perú y, si existía, era muy lejana o escasa. Es por eso que llamar era imposible.

Un primo tuvo que trepar y me alzó en brazos para que yo también pudiera estar cerca de las escaleras que condujeran hacia mi casa. Todo iba muy bien hasta que el diablo disfrazado de un pequinés hizo que desviara la mirada y mirara hacia abajo, donde él me estaba esperando como para terminar el encargo que el ángel negro le había encomendado. Caí.

Desde ese momento, para mi familia el cielo de Lima se puso más gris que nunca. Me llevaron de emergencia al hospital de la FAP ensangrentado. Era imposible saber lo que pasaba en mi mundo. Yo sólo tenía tres años de edad, no sabía de qué trataba la vida, sólo en mi cabeza cabían los juegos, ese helado de crema que me habían comprado y los ratos viendo la televisión.

Nadie lograba entender como podía encontrarme en esa situación, un niño alegre, indefenso y con unas ganas de vivir… Ya le había tocado sufrir más de la cuenta. La familia de mi papá no lograba comprender que después de tanto buscar un nieto, había llegado yo y tan rápido se lo iban a arrebatar.

Fue entonces cuando surgió la incertidumbre y el miedo a que mi abuela me quisiera consigo en el cielo.

Mi abuela siempre quiso tener un nieto y hasta Noviembre de 1985 ese deseo era esquivo. Fue entonces que cuando nací yo ella fue la mujer más feliz del universo. Me llenaba de regalos y cosas materiales que, quieras o no, te hace muy feliz. Pero el destino me arrebató su cariño cuando yo terminaba de cumplir el año de edad, en una súper fiesta en el famoso Rancho, ya destruido.

Cuando me internaron me colocaron en la misma habitación y en la misma camilla donde había estado mi abuela. Todos pensaban que Celina me quería lo más pronto con ella.

Cada uno trataba de darme ánimos, como si nada estuviera pasando. Yo estaba con imanes de refrigeradora todos los días – eran imanes colocados en la cabeza y en el cuerpo - y las enfermeras me decían que era eso para que me los dejara poner. Además estaba con suero y con una aguja inyectada a la vena.

Mi vida se estaba yendo como agua entre los dedos según decían los doctores, no entendía de filosofías ni de que las cosas cambian de un momento a otro. Solo quería ver Gisela (al primer año de edad fui a su programa en vivo y me cargó en sus brazos) actuar y cantar como Luis miguel o hacer esas muecas que tanto me caracterizaban y no estar postrado en una cama sin poder movilizarme en un lugar donde te prohibían el amor de madre, el cariño de familia y que ese amor sólo se podía sentir dos horas al día, cuando yo lo tenía las 24 horas.

Los días pasaban y los doctores no daban esperanzas. Hasta que en una noche le dicen a mi madre que no pasaba de esa noche, que iba a morir o, de lo contrario, iba a quedar vegetal. Mi madre desconsolada se intentó suicidar, no imaginaba la vida sin mí. Le quedaba rezar e implorar a Dios que se haga el milagro. Se hizo realidad.

Han pasado 20 años de ese episodio tan trágico de mi vida, ahora es por eso que estoy acá escribiendo estas líneas, aunque a veces me pongo a pensar que si no hubiera sido mejor morir en aquel instante, pero si la vida quiso que esté de nuevo con la gente que quiero será por algo y lo iré descubriendo en el andar de mi destino.

No sé si habrá sido un milagro o la eficiencia de los doctores, lo que si puedo decir es que si fue Dios el que hizo ese milagro estoy en deuda con él y también en falta porque mi fe se oxida cada vez más, de repente será porque como hace veinte años no me ocurrió nada similar, no me acuerdo de él.

Ahora solo puedo decir que todo sucede por algo y que desde aquel entonces nunca más volví a un hospital, nunca más me volvió a suceder cosa tan espantosa y que del Ricardo de ayer al de hoy cada vez queda muy poco.